Hace unos días fallecía en la residencia Santa Marta del Asilo San José de Torrelavega, donde residía desde hacía nueve años, el benemérito sacerdote don Antonio Blanco Pomposo (Mortera 1933). En los últimos tiempos su salud no le acompañaba y a pesar de los cuidados médicos y el buen trato dispensado por el personal de la residencia, debido a su avanzada edad y a la enfermedad que le aquejaba últimamente, su óbito se produjo inevitablemente. Su muerte ha producido un general sentimiento de dolor y tristeza en Cantabria, especialmente en los municipios de Voto y Ribamontán al Mar donde era muy querido y respetado.
No es fácil resumir en pocas líneas más de cincuenta años que gozábamos de una entrañable y leal amistad, por lo que sólo pretendo esbozar con breves trazos algunos de los aspectos que permanecen en mi recuerdo y que se refieren a la vida cotidiana del sacerdote que hoy lamentablemente se nos ha ido. Había nacido en la localidad de Mortera de Piélagos el día 11 de febrero de 1933. Y fue ordenado sacerdote el día 7 de abril de 1957. Su primer destino fue en el municipio de Voto, concretamente en las localidades de Santayana, Rehoyos y Pilas. Y en el año 1963 fue nombrado párroco de Langre, Galizano y Carriazo, pasando posteriormente a ocupar la parroquia de Castanedo, en sustitución de su compañero y amigo, fallecido hace unos años, don Carlos Gómez Blázquez, que fue destinado a petición propia a Maliaño. En Ribamontán al Mar ejerció su ministerio sacerdotal hasta la edad de su jubilación en el año 2015.
Antonio Blanco era uno de aquellos jóvenes que salían del seminario entre los años cincuenta y sesenta, que descubrieron que España comenzaba a ser bien diferente de lo que se les había dibujado. Estaba fracasando la restauración de la unidad sacralizada. Se iba palpando el fallo de unas fórmulas pastorales, que respondían a otro contexto histórico. Estaban claras las contradicciones entre la realidad social y eclesial, pues cada vez eran más profundas.
Como he dicho anteriormente, el primer trazo que quiero destacar de mi finado amigo, fue su actitud de acogida en torno a la mesa. Cuantas veces fuimos testigos de cómo les decía a doña María, su madre, y después, a su hermana Maruja, «Hoy vienen a comer fulanito y menganito, poned un poco más de comida y podremos comer todos juntos».
A don Antonio le gustaba la compañía y disfrutaba de un agradable rato de tertulia con sacerdotes, familiares, amigos y cualquier persona que viniera a visitarlo.
El segundo trazo de este retrato, es que disfrutaba con las pequeñas cosas de la vida: leer un buen libro, pasear por el pueblo, visitar a los enfermos. A su casa de Galizano acudían muchas personas desfavorecidas a solicitarle ayuda de todo tipo, siendo atendidas siempre con respeto y cariño, pues su compromiso con los excluidos dentro de los más excluidos merece ser destacado.
Don Antonio fue un sacerdote que adoraba a los niños y a los jóvenes. Fundó hace muchos años la Cabalgata de los Reyes Magos que recorre todos los pueblos del valle trasmerano, que aún pervive y fruto de esa buena y acertada acción fue distinguido por el Gobierno regional con una placa conmemorativa y un homenaje al que se adhirieron muchísimas personas, que de esa forma quisieron agradecérselo.
Pero es que además de su destacada y reconocida labor pastoral, don Antonio siempre estaba presto en ayudar a sus vecinos, llevándoles en su modesto vehículo a los enfermos que lo necesitaban a los hospitales, al aeropuerto, etc. En definitiva, don Antonio fue un sacerdote que se desvivía por complacer y prestar ayuda a cuantos han necesitado de él.
Por último significar, que no es sólo lo que hizo en vida este benemérito sacerdote, sino el legado que ha dejado para el futuro. Gracias Antonio, por tu entrega desinteresada a los marginados, ojalá permanezcas vivo en la memoria de todos los que te acompañaron en tu día a día, pues no muere quien permanece vivo en nuestros corazones.
Feliciano Vega Carriles
Fuente: El Diario Montañés.